Reflexiones de Cuarentena
Por Pablo Isi
Lo importante es estar activo, mantener la cabeza ocupada y tratar de que el aislamiento no nos carcoma el cerebro, porque sino vamos a terminar hablando con las sillas y los platos, le digo a Cartucho, que me mira sin emitir sonido.
Los platos amontonados en la pileta son un signo de resistencia necesario, no vaya a ser que el tiempo libre nos obligue al acto nunca digno de la sumisión a las tareas cotidianas. El deseo de libertad puede expresarse en esas pequeñas rebeldías que nos engrandecen como seres humanos. El Coronavirus no va a hacer que me ponga a pintar esa pared del pasillo que durante años miré con una indiferencia cercana al desprecio.
Abandonarse al alcohol es una posibilidad que no descarto, pero que en todo caso postergo para los días venideros, no se puede tampoco gastar todos los cartuchos de entrada. En estas situaciones es cuando se ven los amigos verdaderos, que permanecen junto a vos cargándose al hombre cualquier riesgo: el cigarrillo, el whisky, Merlí y Ragnar Lodbrok están siempre, y a la hora de los reconocimientos tendrán que ser valorados en toda su dimensión. La palabra recobra su valor histórico, y el mate se convierte en un aliado incondicional que ahora asume el rol protagónico dejando a un lado las postergaciones que lo encasillaron desde siempre en el lugar de la excusa y el pretexto.
Los desafíos son otros. Hoy matar una mosca o identificar el sonido de ese chiflido en medio de la noche, pasaron a ser tareas impostergables en las que se juega buena parte de nuestro honor, y ni hablar de las batallas en los grupos de whats app, donde la discusión por la cantidad de habitantes de Islandia puede terminar con amistades de años. La democratización de los Emojis es otra realidad palpable: el dedito pulgar hacia arriba y las caras de asombro o de mirar para arriba han dejado paso a los excluídos que asoman necesarios y certeros en los acertijos de países, clubes de fútbol y películas.
El asado en banda es un recuerdo doloroso, que bien podría plasmarse en un cuadrito, compartiendo espacio con la foto del Bocha y de Perón. Entre las ausencias decorosas y sanas, el timbre del cartero se destaca por encima del que viene a cortar la luz, el sodero y el cortador de los tres pastos que rodean persistentes el palo de luz y el canasto de basura.
La noche ha cambiado. Dicen los audaces instaladores de mitos urbanos que el parate del mundo ya se nota en el cielo, en la flora y en la fauna, falsedades evidentes que conviene aceptar para teñir de esperanza una realidad que seguramente merecemos como especie responsable de un Planeta que nos queda grande y que si alguien dejó a nuestro cuidado deberá hacerse cargo alguna vez de tamaña inconsciencia.
El cenicero debe vaciarse con regularidad. Eso evita las reflexiones inconducentes sobre la cantidad de cigarrillos consumidos que no suman nada. Cartucho ha dejado de mirarme hace rato, resignado a la invisibilidad que le cae cuando el teclado pasa a ser el interlocutor único. Lo llamo y me ignora. Lo dejo, sabiendo que el sólo ruido de su plato de metal al caerle las piedritas de Dogui lo traerán a mi lado manifestando su interesado amor.
Le grito "Ataque!", "Sit", y nada... entrenado para desobedecer, mantiene intactas sus condiciones de perro semisalvaje, acariciando mi orgullo de educador abanderado de la antieducación. Me voy a poner la pava... son las 3 y media de la mañana, casi la hora del almuerzo.